VALIDANDO  RECUERDOS…
Por Elba Gómez

El exquisito aroma que emanaba de las tazas de café que sostenían en sus cansadas manos hacía que los recuerdos afloraran, primero a la mente y luego a los labios de tres hombres que en la edad madura habían tenido un reencuentro, un feliz reencuentro.

Pegueros, Jalisco

Pegueros, Jalisco

Setenta años antes, estos individuos,  compartieron techo, comida y formación, peguerenses los tres, los caminos de la vida los llevó por diferentes rumbos, sin embargo, ninguno de ellos alejó en los actos de su vida diaria las enseñanzas recibidas en esa etapa de su niñez cuando fueron internos y pupilos del Señor Cura Don Salvador Munguía Aguilar quien en ese entonces tenía una escuela en el curato de la Parroquia del Sagrado Corazón de Jesús en la Delegación de Pegueros. Fue párroco del 14 de junio de 1940 al 19 de octubre de 1956.

La localidad de Pegueros pertenece  al municipio de Tepatitlán Jalisco, tiene una altitud de 1880 metros sobre el nivel del mar, con una población actual de aproximadamente de 3,200 habitantes, los cuales reciben cada año en sus fiestas patronales en honor  del  Sagrado Corazón una infinidad de visitantes.

El Pegueros de los recuerdos de los tres hombres nada tiene que ver con el de la actualidad, concordaban los amigos que ensimismados en sus remembranzas, evocaban casi al unísono el nombre del algún personaje al que indudablemente alguno; o los tres, debieron haberle hecho no una, sino muchas diabluras.

_¿Se acuerdan de “Zabalón”? cómo se dormía encima de la marqueta de azúcar_ decía uno

_Nunca nos daba pilón cuando le comprábamos cajeta de lata o galletas embetunadas_ acotaba otro_ por eso nos íbamos a comprar al otro tendejón.

Corría el año de 1943 cuando el Señor Cura Munguía recibió bajo su tutela a dos hermanos que recién  habían perdido a sus padres, los huérfanos de siete y doce años respectivamente, se incorporaron al grupo de niños que el sacerdote atendía con disciplina, entre ellos estaba Nacho, con sus doce años cumplidos, cuyo padre, Josesito, ayudaba en las labores parroquiales.

Muy pronto los huérfanos, Hilario y Jesús, se incorporaron a las actividades dentro de la escuela, el curato y la misma parroquia y junto con Nacho y los hijos de la cocinera del internado se daban a la tarea de trabajar; desde  sonar las campanas para llamar a misa, ayudar como monaguillos en los oficios religiosos, barrer la peligrosa azotea del templo, cambiar cortinajes en las naves, hasta servir de vigías en lo alto de las torres para cuando se avistara por la curva el autobús “Rojo de los Altos” avisarle al Señor Cura para que alcanzara a abordarlo cuando tenía que viajar a Guadalajara.

_Yo todavía tengo pesadillas cuando sueño que ando trepado en la cornisa del templo y siento que me caigo y despierto sudando y con palpitaciones… yo no sé porqué el Señor Cura no pensaba en el peligro al mandarnos a caminar por esos andamios_ decía Hilario.

_Anita Franco era muy dura, pero muy buena maestra, no me quería porque yo era muy travieso, muchos años después, supe que vivía con su hermano el padre Lupe, ahí en el Santuario de Guadalupe en Tepa, fui a visitarla y le dio mucho gusto verme_ recordaba con melancolía Nacho.

_Pues yo me puedo decir privilegiado_ comentaba Jesús_ yo le ayudé a Don Marcelino Munguía a pintar los cuadros al óleo que están en el templo, bueno, yo le detenía la paleta mientras él pintaba, me decía que no le dijera a nadie que estaba pintando los cuadros y yo le guardé el secreto hasta que se los enseñaron a todos, hizo unos cuadros muy bonitos y ya cuando terminó le sobraron pinturas y para que no se desperdiciaran, Don Marcelino decidió pintar el cuadro de “El Ánima Sola”

Otra taza de café, más recuerdos, un cigarrillo que sólo uno fumaba pero que el humo era compartido por los otros dos en serena complicidad, el brillo en los cansados ojos de los viejos seguía presente, pasaban las horas, a su antojo delimitaban geográficamente las rancherías adyacentes a Pegueros, de vez en vez las sonoras carcajadas de los contertulios resonaban en el lugar cuando alguno contaba alguna anécdota.

_Yo creo que el Palo Dulce ya rebasó a La Mina y a La Tuna Agria, ya hay un gentío, ya parece hasta como hace unos años estaba Pegueros_ disertaba uno de ellos con certero sarcasmo.

_Sí, nomás le hace falta el friazo de enero y el aguachinadero de las aguas_ terció otro.

Y así, entre pláticas de añoranzas, las memorias traídas ese día parecían rejuvenecer a los tres peguerenses, las sonrisas en los rostros acusaban lo placentero de la reunión, pero había que despedirse, había que seguir cada uno su camino, quizá, promesa de por medio, la vida les dé nuevamente la oportunidad  de reunirse a tomar café, cuestionarse el porqué no regresaron a Pegueros;  y conversar sobre la importancia en la vida de cada uno de ellos de la presencia de el Señor Cura  Don Salvador Munguía.