2 DE OCTUBRE… A LA DISTANCIA
Por Elba Gómez

Este próximo dos de octubre se conmemorará el 45 aniversario de aquella tarde trágica en la que el ejército mexicano reprimió y masacró a docenas de estudiantes que se manifestaban en la Plaza de las Tres Culturas y que se conoce como La Matanza de Tlatelolco hecho acaecido el 2 de octubre de 1968.

El número de muertos no se sabe con precisión, las fuentes oficiales daban cuenta de cincuenta, la Embajada de Estados Unidos en la Ciudad de México discrepaba de esa cifra y contabilizaba de 150 a 200 los decesos, pero investigaciones recientes dan cuenta de por lo menos trescientos mexicanos abatidos y por lo menos setecientos heridos y cinco mil estudiantes detenidos.

México: a 45 años de la matanza de Tlatelolco

Esa tarde en la Plaza de las Tres Culturas los estudiantes se manifestaban exigiendo sus derechos y demandando una mayor libertad de expresión a unas cuantas semanas de que se celebraran en México Las Olimpiadas, esperando que el autoritarismo y la represión que en ese entonces caracterizaba al gobierno en turno, cediera a su pliego petitorio. Sin embargo ni el Ejecutivo Federal (Gustavo Díaz Ordaz), ni el Secretario de Gobernación (Luis Echeverría Álvarez) escucharon los reclamos, antes bien, de acuerdo a Paco Ignacio Taibo II, montaron un dispositivo que constaba aproximadamente de ocho mil militares, armados con tanquetas, vehículos blindados y jeeps con ametralladoras montadas, todo para reprimir una manifestación pacífica en la cual se dispararon 15 mil proyectiles y en la que asesinaron no sólo a estudiantes, también a obreros, amas de casa, niños, ancianos y a profesionistas.

Lo anterior es parte de la Historia del México reciente, los hechos bien pueden ser verídicos o faltos a la verdad, lo que si ha sido una constante en los eventos de esta naturaleza es la parcialidad en la información, la distorsión o el ocultamiento total de los hechos, lo que ocurrió ese aciago día, miércoles 2 de octubre del 68, la indiferencia ¿o la conveniencia? del gobierno por no dar a conocer los hechos con veracidad no sólo en el Distrito Federal, sino en toda la república. La crónica que cada mexicano pueda contar de lo sucedido ese día y cómo lo vivió, es y será parte de su historia personal.

La crónica de la historia personal de cómo  percibió la información de los hechos de la matanza de Tlatelolco de quien esto escribe, a la distancia, suena hasta cierto punto lógica y es quizá, muy parecida a miles de historias de otros muchos mexicanos que tampoco tuvieron acceso a la realidad de los hechos.

La mañana del jueves tres de octubre, un día después de la matanza, los pocos medios de información que llegaban a Tepatitlán sólo reproducían la información oficial, salida de la sala de prensa de prensa de Presidencia, cuyos titulares hablaban de un enfrentamiento entre terroristas y el ejército, minimizaban los números de caídos y acusaban a fuerzas oscuras de boicotear las próximas olimpiadas.

No todos los tepatitlenses tenían ese mínimo acceso a informarse, en mi caso particular leí la noticia en el periódico El Occidental que por obra y gracia de la suscripción que tenía mi padre ese entonces al diario pudo llegar a mis manos, los textos subjetivos en la adolescente que era en ese momento no hicieron gran mella pues toda la atención estaba puesta en que  no se suspendieran los XIX Juegos Olímpicos ya que el Gobierno Federal decía que había aplastado la conjura y aseguraba que la justa deportiva definitivamente se hacía en México.

No fue la hasta el domingo seis de octubre cuando la mayoría de la gente en Tepatitlán supo de la tragedia, claro, distorsionada para los fines que a cada quien conviniera, resulta que en cada una de las misas que oficiaron en la Parroquia de San Francisco el sermón versaba sobre: “los comunistas que intentan adueñarse de la voluntad del pueblo mariano, como católicos no permitan que sus hijos quieran estudiar en escuelas de gobierno”… por lo menos, eso escuchamos, mi madre, mis hermanos y su servidora en la misa que ofició el Señor Cura Luis Navarro ese domingo, acto seguido invitaba a orar en desagravio de la afrenta.

Las represalias no se hicieron esperar, como alumna de la Escuela Secundaria José Cornejo Franco junto con otros compañeros fuimos objeto de algunas “ofensas” en la que se nos tildaba de comunistas… ¡por Dios!, éramos sólo una catáfila de imberbes adolescentes asustados porque grupos de piadosas mujeres con sendos escapularios colgados del cuello oraban al mismo tiempo que rociaban agua bendita en las gradas de la entrada de  nuestra escuela.

En casa las cosas no eran mejor, mi madre, presionada por mis tíos abuelos que eran católicos recalcitrantes, casi fundamentalistas… (ahora creo que más bien eran fácilmente manipulables) le urgían a que me sacara de la escuela, ¿argumentos?, muchos, a cual más de sosos, uno que hasta ahora me causa risa es que según ellos, si seguía en “esa” escuela “ningún cristiano de bien  iba a querer formar un matrimonio con la bolchevique que me estaba volviendo”…

No pararon ahí las presiones, inquieta como todo adolescente que despierta a la consciencia  de las cosas de la vida, este evento por supuesto que movió el espíritu de rebeldía que todo ser humano posee y junto con otros tres compañeros  en iguales condiciones, decidimos acudir a la máxima autoridad en ese entonces en el municipio, el Doctor José de Jesús González Martín que en ese tiempo era el presidente municipal, en un receso de clases recorrimos las dos cuadras y media que nos separaban del consultorio del médico, entonces situado en la calle José de Jesús  Reinoso, una vez estando frente al galeno, éste  escuchó los cuestionamientos e inquietudes que le estábamos exponiendo, con mirada escrutadora, casi inquisitoria lo único que atinó a decirnos con una voz pausada y casi inaudible fue:  “ muchachos caguengues, oyen cantar el gallo y no saben dónde, no se anden metiendo en tarugadas, regrésense a clases”… salimos de ahí más confundidos de lo que minutos antes habíamos llegado.

Días después, mi madre y yo nos encontramos al “Doctor Chuy” en las cercanías del Mercado Municipal y ni tardo ni perezoso después del obligado saludo el hombre espetó: “María, si no cambias a tu muchacha al Instituto Chapultepec que es para puras señoritas va a acabar siendo una rojilla”… mi pobre madre dentro de su ignorancia imaginó que el término “rojilla” podría estar implicando que en su hija mayor se estuviera incubando una mujer con vida licenciosa…huelga contar  la azotaína recibida ese bendito día llegando a la casa.

Los días posteriores, entre la presión de los tíos abuelos, la recomendación del presidente municipal, los rezos de los puritanos y las noticias tendenciosas que comenzaban a circular en televisión y radio reforzaron la decisión de mi madre de enclaustrarme hasta no conseguir un lugar en el colegio de monjas.

Afortunadamente no duró mucho el encierro, gracias a que mi padre se dio cuenta al segundo día que no asistía a la escuela, al preguntarme el motivo, en el momento de mi contestación sólo movió la cabeza e inmediatamente cuestionó a mi madre, no sé que tanto habrán hablado al respecto, ahora sé que el pensamiento de avanzada que siempre ha caracterizado a mi padre, y claro, la autoridad que ejercía en su familia fueron decisivos para que continuara con mi formación académica en ese plantel.

Es así como la crónica personal del 68 de su servidora se desarrolló ¿cuántas crónicas personales de cuántos mexicanos que vivimos esa época podremos conocer? Quizá miles y cada una de ellas contadas desde la propia percepción de cada uno de ellos.